domingo, 5 de junio de 2011

Encrucijada de caminos: las vidas de Lolo Pavón

 "Lolo Caracol" Óleo/lienzo
Texto que escribí para el catálogo de la exposición de Lolo en la galería GH40 de San Fernando:

Me es difícil, muy difícil escribir sobre Lolo Pavón en estos momentos. No podría mantener el temple y la distancia necesaria porque no sabría separar debidamente las cosas, las imágenes, los recuerdos, las conversaciones… Así que voy a hablar de sensaciones.

Tengo la inmensa suerte de tener varios cuadros de Lolo en casa (entre ellos, el soberbio "Lolo Caracol" que preside este post). Suelo mirarlos a menudo y con un nudo en la garganta, reflexionar sobre la esencia del arte y de la vida. Irradian una energía especial que se expande más allá del marco, más allá de la pared donde están colgados. Impregnan el aire de tal manera que uno se siente rápidamente poseído y habitado por esa esencia, por ese arte latente de quien verdaderamente ha sido y vivido como un artista. Es como si sus cuadros me miraran y no al revés. Me recuerdan, me están diciendo que hay que sentir y vivir el arte por todos los poros. Es la magia que tiene el verdadero arte. Y Lolo lo tenía, a raudales.

Sobre Lolo han dicho muchas cosas y todas bonitas, todas maravillosamente tiernas, como por ejemplo que fue “un niño grande y un zangolotino feliz”, que era además de un inmenso artista, una maravillosa persona de trato afable, con gran sentido del humor, de animada conversación y (paradojas del destino) todo corazón. Y doy fe de que así es, que así siempre fue Lolo Pavón. Porque nos conocimos en los lejanos y bohemios tiempos de la Escuela de Bellas Artes en Sevilla y desde entonces –a pesar de las vueltas de la vida y las distancias- hemos sellado una de las amistades más sinceras que he tenido el gusto de compartir y sentir. Así que ruego me perdonen si hablo más de sentimientos que de arte. Me vienen a la memoria tantas emociones, descubrimientos, casas, pinturas, pinceles, músicas, amigos y tantas otras cosas que sería aburrido aquí y ahora, enumerar. Y eran tiempos de dudas e incertidumbres donde hablábamos mucho de las cosas de la vida y por supuesto, de arte. Le he visto crecer como artista. He visto como su obra se ha ido haciendo cada vez más personal y auténtica, cómo su paleta de tonos apagados y su temática expresionista de los primeros años ochenta (bajo el poderoso influjo de la pintura y obra gráfica de Edvard Munch) pasó a iluminarse con un estilo de dibujo y una gama cromática personalísima, alegre y festiva que es una de sus señas de identidad. 

Como la vida misma las pinturas, los dibujos y las esculturas de Lolo Pavón están llenas de líneas, caminos y bifurcaciones que conducen a un único y mágico lugar que sólo los verdaderos artistas alcanzan: ese lugar llamado arte, ese lugar que para Paul Klee -un artista al que admirábamos ambos con pasión- no reproduce lo visible, sino que “hace” visible.

Y así es, viendo ahora -y en su dolorosa y prematura ausencia- muchas de sus obras en mi pared o en una galería de arte, pienso en todas las cosas a la vez sencillas y complejas que por ellas hace visibles, todos esos sueños, esa alegría de sentir y de vivir, esos personajes y mundos al límite de la distorsión, esas inverosímiles historias entrecruzadas, esos paisajes de la infancia y de la memoria, esa sinfonía casi musical de colores… Por todo ello, Lolo Pavón ha tenido la inmensa suerte de no irse del todo, de quedarse del lado de acá de quienes aún creemos en la fuerza magnética que tienen las genuinas obras de arte. 

Manuel Pérez Báñez

1 comentario:

  1. Manuel, aunque no te conozca, ya tuve ocasión de leer estas maravillosas palabras en la GH40 y me ha encantado volver a recordarlas.

    Yo, precisamente por todo lo contrario a ti -no tengo la suerte de un Lolo en mi casa, soy una ignorante en esto del arte y nunca tuve el gusto, creo, de cruzarme con él- tampoco puedo hablar más que de sensaciones.

    Y me siento también muy afortunada, no sólo por poder mirar y admirar algunas de sus obras en “un rincón” que tengo muy cercano, sino por esa magia que además del arte, como bien dices, tiene también la amistad, y que me hace sentir y vivir que también he “conocido” a Lolo gracias al profundo cariño y la mirada emocionada que derrocha su amiga Cristina cuando habla de él.

    Y de sus dibujos y pinturas qué decir. Más sensaciones. Hay algo en ellos que me atrapa y no sé que es. Quizás sea la vida, quizás sea el color, tal vez la ingenuidad, o acaso la fuerza, la intensidad...lo que hace que me de un vuelco el corazón cuando los miro.
    O tal vez sea esa sensación de que hay algo de mi memoria en ellos -algo extraño ¿verdad?- y que sólo yo puedo ver.
    O no tan extraño, quizá por esa suerte de bifurcaciones y caminos que reflejan sus cuadros, y que misteriosamente, sin saber por qué, entrelazan las historias, la vida, los sueños y los recuerdos.

    En fín, sólo sensaciones que tal vez no vengan a cuento, pero que en cualquier caso aquí me tienen, compartiendo admiración, cariño, memoria y un ratito de vida con algunos que ni siquiera conozco pero que son, sois, todo corazón y habeis tenido y teneis la inmensa fortuna de querer a Lolo, ese zangolotino feliz que quién sabe si alguna vez, antes de “conocerlo”, ya ad-miré sin saberlo, sentados ambos a la vera del mísmo muelle.

    (Por cierto, ¡que me ha gustado lo de zangolotino!; ¡yo que creía que sólo era cosa de mi abuela y sus hermanas!)

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